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sábado, 18 de agosto de 2012

Esto se acaba

Hoy ha sido un día duro, de callejear por Reykjavik, intentando encontrar algún recuerdo para la gente que queremos, que no sea demasiado feo, ni demasiado caro, ni demasiado obvio. Hemos hecho lo que hemos podido.
La ciudad no es muy bonita, más bien tirando a fea, y no hemos hecho muchas fotos. La catedral está en lo alto de una colina, y es una especie de engendro de hormigón en linea con todas las iglesias pretendidamente modernas repartidas por el país.




El teatro de la ópera "Harpa" es un edificio de cristal y piedra negra junto al mar, en una disposición parecida a la ópera de Oslo. Nos ha gustado más.
El centro "antiguo", y aquí cuando hablamos de antiguo estamos hablando de poco más de 100 años, deja bastante que desear, ya que se mezclan casas medio en ruinas con otras modernas, y algunas antiguas restauradas. Le vendría muy bien a esta ciudad inventar algo parecido a Barcelona con los Juegos Olimpicos para conseguir remodelar todo el entorno urbano.




Para ser justos hay que recordar que lo habitual era construir las casas de madera, con lo que dejaban las olas en la costa, y luego se recubrían de chapa, lo que hace los edificios muy poco resistentes, y aquí el clima es muy duro.
Después de tantos días, nos quedan anécdotas y curiosidades que nos han ido ocurriendo por el camino. Ya comentamos las ovejas siempre en grupos de tres. No hemos comentado el amor de los islandeses por los todo terrenos "extremos", y como ejemplo nada mejor que una fotografía.





Otro clásico son los puentes estrechos, que solo dejan pasar a un vehículo por sentido, y de los que hemos cruzado miles. Eso obliga a crear una señal de trafico específica.





Y que decir de las carreteras de tierra de las que hemos recorrido más de 200 quilómetros, y cuyo estado varía de pasable a malo de solemnidad.
Por último, las inclemencias de un tiempo tan cambiante, sol, lluvia, viento... a veces juega malas pasadas. En nuestro caso una ráfaga de viento arrancó nuestro mapa de carreteras del interior del coche y se lo llevó a tal velocidad que lo único que pudimos hacer fue mirar como cada vez se hacía más pequeño hasta desaparecer en el horizonte. Compramos otro.
Son cosas que quedan en la memoria, y que nos han hecho disfrutar mucho en este fantástico país, en el que hemos podido desconectar del ritmo de vida acelerado al que estamos condenados, aunque solo haya sido por doce maravillosos días.

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