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viernes, 9 de septiembre de 2016

Resumen final Repúblicas Bálticas

Para terminar el relato de nuestro pequeño viaje por el Báltico dejamos una serie de datos prácticos en cuanto al transporte y alojamiento, así como algún restaurante que creemos vale la pena recomendar.
Volamos de Barcelona a Helsinki con Norwegian. En principio no teníamos previsto pasar por la capital  de Finlandia, pero era más barato que ir a Tallin directamente, y como no conocíamos la ciudad hemos hecho de la necesidad virtud, cambiando un poco la ruta.
Helsinki es la ciudad más cara de las que hemos visitado. Nos alojamos dos noches en el Original Sokos Hotel, que sin ser un gran hotel, cumplía con nuestras necesidades y estaba muy bien situado en el centro de la ciudad a trescientos metros de la estación central. Como punto negativo la moqueta de los pasillos desprendía un olor a humedad bastante desagradable, por suerte la habitación tenía suelo de parques.
Para movernos utilizamos el tren que une el aeropuerto con la estación central, inaugurado el año 2015. Al día siguiente usamos una tarjeta de 24 horas que permite usar todo el transporte público, incluido el transbordador de la isla de Suomenlinna. La utilizamos con las líneas 3 y 4 del tranvía para dar una vuelta completa al centro de la ciudad. También nos sirvió para el tranvía que nos acercó a la mañana siguiente hasta la terminal de Viking Line.
Él Ferry de Tallin lo contratamos a través de la página Directferrys.com. En la terminal solo tuvimos que introducir el número de reserva en los kioskos de autoservicio y nos imprimió todos los billetes.
Ya en Tallin, un taxi nos llevó hasta el hotel L'Ermitage por unos seis euros. El hotel cumplió las expectativas y cubrió perfectamente nuestras necesidades. Una habitación no muy grande y un desayuno standar tipo buffet. Y justo al lado del casco antiguo.
En esta ciudad recogimos el coche de alquiler que habíamos contratado desde casa con Europcar. Escogimos la empresa porque nos inspiraba confianza y por la posibilidad de recoger el coche en el centro urbano de Tallin y devolverlo en el centro de Riga. Las oferta de automóviles aumenta si se recoge y devuelve en el aeropuerto, pero en nuestro caso esa posibilidad no nos satisfacía.
Esta vez hemos usado un Skoda Rapid al que añadimos navegador (muy necesario) y seguro a todo riesgo (para sufrir un poco menos). Tanto el coche como la recogida y la entrega sin problemas y muy ágil.
Nuestra siguiente parada fue en el Parque Nacional del Valle del Gauja, en el Karlamuiza Country Hotel, una de las mejores sorpresas del viaje, ya que nuestra habitación resultó ser una cabaña de madera en medio de la naturaleza, con cocina, comedor, baño y dos habitaciones. En este caso el buffet no era muy abundante en surtido pero si muy rico y con la posibilidad de disfrutarlo en el edificio principal o en nuestra cabaña.


En Vilnius recalamos en el New Town Hotel, muy cerca del centro histórico, y que de entrada nos dejó un poco perplejos, ya que estaba en una calle sin salida y en un edificio cuyo aspecto estaba más cerca de viejo que de antiguo. Nuestras dudas de si habríamos escogido bien se desvanecieron cuando entramos en la habitación, prácticamente un loft de estilo neoyorkino, espectacular. El desayuno fue un poco raro, ya que el hotel no disponia de comedor, se nos sirvió en una especie de bar de copas fuera de servicio. Aparte de la peculiaridad del lugar, fue un desayuno razonablemente bueno.


El siguiente hotel, en Kaunas, fue el Hof  Hotel, y en este caso lo difícil fue encontrarlo a pesar de llevar un navegador. Como siempre introdujimos los datos de latitud y longitud para que nos indicará el camino, pero cuando nos dijo que el destino estaba a nuestra derecha, fuimos incapaces de ver dónde se encontraba el hotel. Después de un buen rato de dar vueltas y caminar calle arriba, calle abajo, por fin descubrimos un pequeño cartel que nos indicaba que el parking del hotel se encontraba dentro de una isla de casas. Y efectivamente, rompiendo los esquemas arquitectónicos y de urbanismo a que estamos acostumbrados, el hotel se encontraba edificado dentro de la manzana. Por suerte el edificio era nuevo y la señorita de recepción amable (en parámetros bálticos). Pudimos aparcar el coche y disfrutar de una habitacion con una decoración peculiar pero limpia y cómoda. El desayuno no dejó en nosotros un recuerdo especial, o sea que fue normalito.
De Kaunas nos desplazamos a Klaipēda al hotel  Amberton Klaipēda. Como llegamos antes de las dos de la tarde no nos dieron habitación (poco detalle estando ya en temporada baja) y nos tuvimos que conformar con dejar el coche con el equipaje en el parking del hotel (5€ al día). Luego, quizás para compensar nos dieron una habitación superior a la que teníamos contratada, con dormitorio, sala de estar y baño, pequeña pero más que suficiente para nuestras necesidades.
Él Amberton es un hotel grande, distribuido en dos edificios, al que llegan muchos autocares de alemanes. En plena temporada debe ser un poco agobiante. Además para desayunar hay que desplazarse del edificio más antiguo al nuevo lo que obliga a toda una excursión. Por estas razones unidas a una limpieza deficiente y un desayuno flojito le hemos otorgado al hotel Amberton el Óscar al peor hotel de nuestras vacaciones 2016. Ya le mandaremos el premio vía Trip Advisor.
Nuestro último alojamiento fue el Wellton Riga Hotel&Spa, un hotel muy nuevo en el casco antiguo de la ciudad cuyo único problema, por decir algo, es precisamente estar en el centro, lo que complica el acceso en coche. Para el resto solo buenas notas, tanto en la recepción, como la habitación (pequeña pero cómoda y completa), por no hablar de la limpieza o el desayuno, sin duda el mejor del viaje. Un hotel a recomendar ya que a su situación céntrica se une que está a menos de cien metros de la parada del bus del aeropuerto.
El viaje de vuelta Riga-Barcelona lo realizamos en Wizz-air, compañía low cost, que cumple como tal. La tarjeta de embarque la gestionamos por su app sin problemas y tanto el embarque como el vuelo transcurrieron sin incidentes.


En cuanto a los restaurantes, solo comentaremos alguno en el que disfrutamos especialmente. 
En Tallin cenamos en Emmeline&Otto, que se define como restaurante de nueva cocina estonia. Platos muy bien presentados, bien confeccionados y un pan fantástico recién horneado.
En Vilnus nuestro recuerdo se va a la avenida Vokieciu donde disfrutamos de unas fantásticas cervezas en una terraza por solo 0.99€ el vasito de medio litro.
Klaipēda fue el lugar en que probamos los famosos "zepelin", una especie de patata rellena de carne que no nos emocionó especialmente, ya que la textura resulta un poco rara de entrada. 


Fue en Friedricho Smukle, un curioso restaurante lituano situado en un pasaje encantador donde puede escogerse entre varios restaurantes con el mismo nombre pero diferente temática gastronómica. También probamos la famosa sopa fria de remolacha, de un color rosa espectacular, y muy sabrosa.
Trakai nos sorprendió con su castillo, con la cantidad de gente que había por ser domingo, y con el restaurante Kybynlar en el que desgustamos las famosas empanadillas denominadas "kibinai" que pueden ir rellenas de pollo, ternera o verduras. Totalmente recomendable.
Por último, en Riga nos quedamos con el restaurante Kolonade en el parque del canal junto al monumento de la libertad. Buen servicio, decoración elegante, y comida estupenda.



Sería imperdonable olvidarnos del restaurante del hotel Wellton, el Allumette, donde a un precio muy asequible (4 euros por plato) comimos unos platos sabrosos y bien presentados. Y en soledad, porque coincidimos con muy pocos clientes.


Como siempre los hoteles los hemos contratado a través de Booking.com, y nuestra guia de cabecera ha sido la Lonely Planet de Estonia, Letonia y Lituania, en la edición de 2012. El cambio más significativo que ha ocurrido desde su publicación es la entrada en el euro de Letonia y Lituania, lo que desvirtuaba los precios de la guía, ya que han subido considerablemente desde la fecha de edición.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Repúblicas Bálticas: Riga, mercados y Art Nouveaux.

 Hoy empezamos el día con energía y optimismo. Seguramente el excelente buffet del hotel ha tenido algo que ver, ya que sin lugar a dudas ha sido el mejor de lo que llevamos de viaje. No tiene tanto que ver con la cantidad o el surtido más o menos amplio, sino con la calidad. El café es bastante bueno, y si el zumo de naranja fuera mejor la nota sería de sobresaliente. Ya se que nos repetimos mucho con el tema desayunos, pero es algo que valoramos mucho, ya que durante el día no sabemos cuando y donde comeremos, por lo que salir del hotel contentos y con las pilas cargadas es fundamental.




Nuestro primer punto de atención es el mercado central de Riga. Nuestra guía cataloga de herejía no visitarlo, como lo sería no visitar el Louvre en París. Por lo tanto visita obligada y poco forzada, pues nos encanta visitar mercados. Dan una muy buena imagen de como es una sociedad, su desarrollo, su riqueza, sus hábitos de consumo. Es en definitiva una radiografía sociológica de primera mano.
El mercado se aloja, y es su primera originalidad, en cinco grandes hangares que los alemanes usaron en su tiempo para los zepelins y que en los años 30 del siglo pasado se trasladaron a su ubicación actual para dar cabida a mas de 1200 vendedores.



Cada una de las naves está dedicada a una temática, en la primera encontramos la carne, en otra el pescado o las conservas, y también el pan pero no así la fruta, que se encuentra en las paradas del exterior, o las flores o la ropa.
Es una mezcla un tanto heterodoxa y en la que se mezcla lo nuevo y lo viejo, la Europa del Euro con restos de lo que debió de ser la Unión Soviética. Junto a un puesto de delicatessen totalmente homologable a nuestros mercados podemos encontrar, en mostradores frigoríficos amortizados hace muchos años, carne de ave y de ternera o cerdo sin la preceptiva separación para evitar contaminaciones. 



De todas formas lo que más llama nuestra atención, por insólito, es el silencio que se puede cortar con un cuchillo. Los vendedores, que raramente sonríen, no llaman a los clientes ni cantan sus productos. Las transacciones comerciales se realizan con rapidez y hablando lo justo. Debe ser la idiosincrasia báltica.
Nos pateamos prácticamente todo el mercado, tanto las naves cerradas como las paradas del exterior. 
Una de las zonas con más clientes es la de flores. Ya hemos visto que en todas la republicas bálticas hay un gran mercado de flores, la gente compra, se ve a muchas personas con ramos de flores, rosas o grandes gladiolos de tronco interminable, y por lo tanto la oferta es muy grande también. Además hoy es el primer día de septiembre y parece ser que el inicio de las clases lleva implícito para los estudiantes vestirse muy mudados y comprar un ramo de flores, que suponemos será para obsequiar a los profesores , aunque esto último es una suposición que no hemos podido confirmar.


Tras el mercado nos espera el que fue primer rascacielos de Riga, la Academia de las Ciencias, conocido por los nativos como la tarta de cumpleaños de Stalin. Es un edifico mastodóntico, bastante feo, pero nos sirve para tener una excelente vista de la ciudad desde su planta diecisiete.



A dos calles de aquí, en una pequeña plaza se encuentran los restos de la sinagoga de Riga, quemada por los nazis en 1941, con 400 judios en su interior. Unas placas recuerdan los hechos, y un monumento blanco que ciega la vista bajo el sol homenajea a los letones que arriesgaron sus vidas para intentar salvar la de sus vecinos judios.


Nuestro siguiente punto de interés es el "barrio tranquilo" donde encontramos una gran concentración de "art Nouveaux" que nos obligará a castigar duramente nuestras cervicales admirando las figuras escultoricas y los remates de esta serie de edificios construidos en el paso del siglo XIX al XX. En Riga hay más de seiscientos edificios que se pueden encuadrar en esa corriente arquitectónica. La mayor concentración de toda Europa.




Es un buen punto y final para la visita a esta ciudad que nos ha encantado y sorprendido. Las horas "libres" que nos quedan las dedicaremos a vagabundear sin un rumbo definido. Sentándonos en una plaza a contemplar la vida que pasa ante nuestros ojos, perdiéndonos en alguna callejuela desconocida, o simplemente saboreando las sensaciones que nos entran por los sentidos igual que nos deleitamos de lo que acabamos de comer mientras hacemos un café.
Mañana tendremos tiempo hasta el mediodía para hacer las últimas compras, recoger nuestro equipaje y volver a casa. Por eso buscamos la parada del autobús 22 que se encuentra a escasos 100 metros de nuestro hotel y confirmamos los horarios para asegurarnos estar a tiempo en el aeropuerto.
Esto se acabó, en otra entrada haremos un resumen practico de hoteles, distancias, transportes, etc, por si alguien quiere disfrutar de estos desconocidos países.

Repúblicas Bálticas: Fin de trayecto, Riga.

Hasta hace cuatro días la ciudad de Riga únicamente la relacionábamos con el comisario Wallander y una novia que tuvo en "Los perros de Riga".
Pero como suele suceder al preparar un viaje y buscar información puedes llevarte la sorpresa de descubrir una ciudad con una zona medieval muy importante, la mayor concentración de edificios "Art Nouveaux" de Europa y una vida muy intensa a todos los niveles. 
Podríamos decir que Riga y Vilnius han sido los grandes descubrimientos de este viaje, y solo por ello ya valdría la pena salir de casa arrastrando las maletas.




Abandonamos pues Klaipēda de buena mañana para llegar a primera hora de la tarde a Riga, ya que debemos devolver el coche de alquiler a las cinco de la tarde.
Por el camino hacemos dos paradas. La primera en Šiauliai, donde se encuentra la colina de las cruces. No es un sitio atractivo, pero la historia de su existencia si es evocadora. Durante la ocupación sovietica los símbolos religiosos eran perseguidos por las autoridades, y se convirtieron en una muestra de rebeldía y un símbolo del nacionalismo lituano contra la opresión de Moscú. En esta pequeña colina a las afueras de Šiauliai se empezaron a poner cruces en memoria de los represaliados. El ejercito arrasó todo el espacio hasta tres veces, pero a continuación volvían a surgir miles de cruces de la noche al día.




Hoy en día parece que continúa siendo un lugar simbólico para los lituanos, pero también punto de parada de los tours turisticos. Sea como fuera, para bien o para mal, el lugar no deja indiferente. Cada uno que elija el efecto que le produce. A nosotros nos pareció especialmente feo, sin entrar a valorar los sentimientos y creencias de quién aún hoy en día va a poner una cruz en la colina de Šiauliai.
Tras la visita solo nos paramos en la ciudad de Jelgava para comer y continuar hasta la capital de Letonia.
Nuestro plan es dejar las maletas en el hotel y después devolver el coche en Europcar, pero nos recibe una ciudad mucho mayor de lo que pensábamos y con un tráfico infernal. Si a eso le unimos que el navegador no tiene claro las calles donde no se puede girar y que nuestro hotel está en el límite de un casco antiguo de calles estrechas, adoquinadas y sin espacio para aparcar, lo que podemos asegurar es que la experiencia resulta muy estresante.
Aún y así conseguimos dejar las maletas en la habitación y recuperar el coche mal aparcado sin ninguna multa. 
Comienza entonces la segunda parte de la epopeya, ya que el tráfico intenso y las calles de dirección única más nuestro navegador nos hacen perder más de media hora en recorrer menos de un kilómetro, algo que caminando se hace en mucho menos tiempo. Cuando por fin conseguimos "deshacernos" del Skoda que nos ha acompañado durante seis días, pasan quince minutos de la hora, aunque el empleado de la oficina no lo valora en especial.
Una vez a pie de calle comenzamos a descubrir la belleza de esta ciudad, sus edificios, sus calles empedradas, la vida que se respira, que hacen pensar más en una ciudad mediterránea que en una nórdica.




Claro que esto tiene una segunda lectura. que en Barcelona es de gran actualidad, ya que los turistas y las terrazas de bares y restaurantes invaden todos los rincones de la ciudad antigua, en la que dudo que queden habitantes autóctonos. Además por la noche muchos locales tienen música en vivo lo que añade contaminación acústica al entorno.




Al final el turismo siempre tiene dos caras, por una parte podemos viajar a precios razonables e incluso baratos creando oportunidades de negocio y trabajo donde quizás no existirían, pero por otra masifica los polos de atracción y puede llegar a acabar con ellos matándolos del éxito.
Sea como fuere, la ciudad nos parece muy atractiva y caminando un poco siempre podemos encontrar callejones mas tranquilos y atractivos.




Hay una gran cantidad de iglesias de todos los credos, luteranas, católicas romanas, ortodoxas rusas, que compiten en la altura de los campanarios o el brillo de sus cúpulas.




 De todas formas quizás el mas famoso de los edificios es la casa de los Cabezas Negras, sede gremial de comerciantes alemanes solteros que fueron los creadores de la costumbre de usar un abeto en Navidad, seguramente tras una noche de excesos alcohólicos.




La tarde nos regala una luz muy hermosa y una puesta de sol sobre el río Daugava muy fotogénica.
Acabamos el día cenando en un buen restaurante y sobre todo tranquilo, ya fuera del casco antiguo, algo que para nosotros tiene un valor especial.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: Pinos y dunas en Curlandia

Hoy hemos disfrutado de un día muy completo y agotador. Pero por esto nos gusta viajar, por el placer  de experimentar, conocer y disfrutar cosas nuevas, comidas diferentes y paisajes que iluminan nuestra mirada.
La península de Curlandia es una estrecha lengua de tierra unida al continente por su extremo sur, territorio ruso con la ciudad de Kaliningrado como capital. Eso significa que para pasar al territorio lituano desde Klaipēda hay que coger un transbordador que debe cubrir los pocos centenares de metros que separan ambas orillas.



Nos cuesta un poco encontrar el embarcadero, ya que la señalización no es muy exacta, pero al final lo encontramos y tras pagar algo más de 12 euros subimos al transbordador y nos llevan a la península. Al regreso comprobaremos que el precio que hemos pagado es por el viaje de ida y vuelta, algo que ignorábamos al pagar el viaje.


La lengua de arena solo tiene una carretera que la recorre desde el norte, donde nos deja el transbordador, hasta la frontera con Rusia, unos cincuenta quilómetros al sur. También dispone de un carril bici que discurre casi siempre paralelo a la carretera.
Todo el territorio es parque natural, por lo que ademas de abonar cinco euros por auto, está muy protegido, con los caminos accesibles muy señalizados así como las prohibiciones de paso.
Para evitar que el viento y el mar hagan desaparecer este espacio natural ya en el siglo XVII una comisión internacional promovió la reforestación de toda la península logrando frenar en gran parte su degradación.



Seguimos la carretera de norte a sur, parando en las zonas que lo permiten para poder disfrutar del paisaje o algún detalle especial. Casi tocando a la frontera con Rusia se encuentra el pueblo de Nida, antes dedicado a la pesca y la supervivencia, y hoy volcado en el turismo, sobre todo el alemán. Hace un siglo Tomas Mann tuvo aquí su casa de vacaciones y eso atrajo a más intelectuales y artistas. 
Como estamos a finales de agosto ya ha pasado la temporada alta de turismo y solo se ven paseando por la orilla del lago alguna pareja de mediana edad -nosotros- y grupos de jubilados teutones.
Desde el pueblo se alcanza sin problemas la duna Parnidis, la más importante del parque con 52 metros de altura.




El contraste entre la costa oeste, aguantando toda la furia del Báltico y la costa oeste, en la que se hallan los cuatro pueblos, frente a la laguna de Curlandia con sus aguas calmadas es increíble, más cuando desde lo alto de la duna se pueden contemplar las dos orillas a la vez.


Además encontrarte en un paisaje desértico en esta latitud te descoloca bastante, pues a unos metros domina el verde de una vegetación exuberante.


Es difícil de explicar la sensación de caminar por la arena mientras el fuerte viento azota tu rostro y el paisaje te sobrecoge el animo. Ver las fotografías no da una idea de lo que captan tus cinco sentidos. 
Resumiendo, hay que ir y vivirlo.

martes, 30 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: Regresamos al mar Báltico

Hoy tenemos por delante unos doscientos quilómetros, por ello no madrugamos en exceso y desayunamos con tranquilidad.
Aprovecho para hacer un inciso en relación a los desayunos en los hoteles que hemos visitado. El café en líneas generales ha sido mejor de lo esperado, y no esperamos mucho, por la experiencia de los años y los hoteles visitados. El zumo casi siempre es malísimo y por descontado nunca hay zumo natural. El resto es embutido autóctono, queso en lonchas y grasas saturadas en forma de salchichas, baicon y similares. En este viaje no ha faltado el kefir ni los pepinillos. Siempre hay alguna presencia de vegetales, lechuga y tomate. Y en general el pan ha sido variado y de calidad. O sea que le damos un aprobado a la espera de los hoteles de Klaipēda y Riga.
Nos lanzamos de nuevo a la carretera, que en este caso será casi todo el trayecto autopista o autovia. Después de 1500 quilómetros por carreteras de tres países todavía no tenemos claro el criterio que utilizan las autoridades de tránsito para decidir los límites de velocidad. Tan pronto es de 110 km/h como baja a 70 km/h y luego regresa a 90 km/h sin previo aviso. Lo único uniforme es que dentro de las ciudades nunca se pueden sobrepasar los 50km/h.


Llegamos pronto a Klaipēda, bañada por el Báltico y puerta para visitar la península de Curlandia a la que dedicaremos el día de mañana.
Como solo son las doce del mediodía no nos dan habitación en el hotel, y solo conseguimos dejar el coche con nuestras maletas en el parking. Por ello dedicamos las tres horas siguientes a visitar el pequeño casco antiguo, que es lo único interesante de esta ciudad portuaria que durante muchos años fue alemana o prusiana.


La influencia germánica se nota en algunos edificios de la parte vieja y en los antiguos almacenes rehabilitados del puerto. 
Paseando llegamos al mercado que, al igual que en Vilnius, parece de los años sesenta del siglo pasado. Cuando todos los pueblos tienen ya supermercados modernos con surtidos idénticos a los nuestros, los mercados tienen una oferta minúscula en unas condiciones de salubridad más que discutibles. Evidentemente nada que ver con los mercados de Barcelona. No me extraña que los turistas tengan siempre en su lista la Boqueria, es un espectáculo para el que se debería pagar entrada o consumición obligatoria.


Comemos en un restaurante recomendado por la Lonely, especializado en cocina lituana. Para empezar sopa fría de remolacha y para completar "cepelinie", una masa de patata y harina, rellena de carne y hervida. Seguramente el plato más famoso de Lituania.
La sopa nos convence, mientras que los "zepelines" no nos acaban de satisfacer. Quizás por ello no somos capaces de acabarlos, o porque dos bombas de patata rellenas de carne son dos bombas para el estómago.
Tras tomar posesión de nuestra habitación decidimos acercarnos a Palanga, ciudad costera unos veinticinco quilómetros al norte. Es famosa por su larga playa, destino de vacaciones desde el tiempo de los zares.




Hoy en día seguro que nadie de la realeza se acercaría a esta especie de Salou o Benidrom en miniatura. Le libra de la horterez total el hecho de haber respetado la línea de playa y su vegetación autóctona, la condena la cantidad de chiringuitos para hacerse fotos, tatuarse, montar en cien androminas diferentes o comer porquerias de todos los paises del mundo.
Lo único que merece la pena es lo que ha provocado que la gente escoja este lugar para sus vacaciones, su playa y un mar sin fin que nos atrae con la monotonía de sus olas muriendo en la arena.


Solo nos queda volver al hotel y preparar el día siguiente en que iremos a la península de Curlalndia, a contemplar de un mar embravecido y unas dunas que prometen ser impresionantes.


lunes, 29 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: Vilnius, Trakai, Kaunas

El día amanece triste porque Marta tiene que volar hacia Barcelona. El trabajo la reclama y contra eso nada se puede.
Como nos quedan un par de horas libres por la mañana repasamos los sitios que nos faltan por visitar para aprovechar esos minutos.

Como es domingo por la mañana las calles están muy tranquilas. Solo nos cruzamos con algún borracho que se retira tarde, algún grupo de turistas en manada y personas de edad mudadas de domingo. Algo que nos recuerda nuestra infancia, hace ya muchos años, cuando la gente normal y corriente se mudaba el domingo porque era el día que tocaba ducharse e ir a misa.


Aquí también se va mucho a misa. En alguna iglesia vemos incluso a gente siguiendo los oficios desde  la calle por estar el templo lleno.
Hoy también funciona el mercado, que no tiene nada que ver con los nuestros. Las paradas son minúsculas y tienen poco producto. Ademas hay un mercado paralelo a pie de calle donde sobre todo gente de edad avanzada menudean con frutas, verduras, setas, en pequeñas cantidades. Suponemos  que sus pensiones son tan pequeñas que deben completarlas,con lo que sea.


Acabamos el paseo y después del check-out nos dirigimos al aeropuerto de la ciudad donde nos despedimos de Marta. En tres horas habrá aterrizado en Barcelona.
Nosotros nos dirigimos al castillo de Trakai, quizás el más famoso del país, y muy fotogénico ya que se encuentra en una isla en el lago de Galvé.


Como es domingo, y el destino es muy apreciado por los habitantes de Vilnius, tanto el pueblo como el castillo están llenos de turistas y domingueros. De todas formas no tenemos problemas para dejar el coche, visitar el castillo y degustar en un restaurante los famosos "virtiniai", una especie de empanadillas que pueden rellenarse de carne de cerdo, de pollo, de espinacas y queso, o de todo lo que se le ocurra al cocinero. Están horneadas, son grandes y se sirven muy calientes. 


Con el espíritu reconfortado retomamos nuestro camino hasta Kaunas, donde dormiremos.
Aunque hemos puesto esta ciudad como final de etapa por comodidad y para no hacer demasiados quilómetros, como llegamos a primera hora de la tarde tenemos tiempo para recorrer el casco antiguo, pequeño pero con algunas joyas, como la calle Vilnius, en la que se concentran las terrazas y cafes, y aún con ellos no deja de ser una calle muy agradable. 




Por ello acabamos el día cenando en una terraza, con buena temperatura y buena cerveza artesana.

Repúblicas Bálticas: Del valle del Gauja hasta Vilnius

Hoy hemos madrugado un poco más de lo habitual ya que nos esperan otros cuatrocientos kilómetros hasta llegar a Vilnius, capital de Lituania. Y como ya tenemos la experiencia de la circulación por las carreteras letonas no queremos llegar tarde a nuestro destino para poder aprovechar la tarde.
Desayunamos a las ocho de la mañana y antes de las nueve ya hemos pagado, cargado las maletas en el coche y puesto rumbo a Sigulda para visitar su famoso castillo.




Llegamos en menos de media hora a lo que el GPS nos señala como el centro del pueblo, y que resulta ser la estación de tren y de autobuses y la oficina de turismo. Mapa en mano nos encaminamos dando un paseo al castillo de Sigulda, que resulta no estar tan cerca como el mapa daba a entender. Damos un vistazo rápido a los jardines y el exterior del castillo y decidimos volver a el punto en que hemos dejado el coche para seguir la ruta con el. Disponemos de poco tiempo y las distancias son demasiado largas, así que motorizados nos encaminamos al plato fuerte del día, el castillo de Turaida a unos tres quilómetros del pueblo. 


La zona es muy turística, teniendo en cuenta que lo turístico en estos países está a años luz de la explotación turística en nuestro país. De todas formas ya te obligan a pagar en el aparcamiento y luego para entrar al castillo.


Lo mejor, aparte de la reconstrucción fiel al original que se supone que han hecho los arqueólogos, es que se haya en lo alto de una colina (el país es prácticamente llano) que permite dominar el río y el valle del Gauja. El arzobispo y señor feudal no tenía un pelo de tonto.
Tras la visita ponemos la directa hacia Vilnius, capital de Lituania, ya que solo disponemos de una tarde para visitar el centro porque mañana domingo Marta vuelve para casa al mediodía.
El cambio de país se nota por el cambio de idioma en las señales de tráfico, porque pasamos junto a el paso aduanero en desuso y porque aquí los conductores son un poco menos respetuosos con las normas.
Nosotros respetamos escrupulosamente todas las normas de circulación, especialmente los límites de velocidad. No queremos multas ni problemas con la policia. Pero los lituanos, algunos, se dedican a adelantarnos ignorando las líneas continuas o que venga otro vehículo en sentido contrario. Las largas rectas invitan a adelantar y dan confianza. Además los vehículos lentos invaden el arcén para permitir que se puedan cruzar tres coches sin problemas.
Por suerte el ultimo tramo es por autopista, y aunque un poco aburrida, nos permite llegar a Vilnus y a nuestro hotel sin problemas. 


La ciudad es más grande de lo que imaginábamos, muy extensa y con barriadas de bloques de pisos que recuerdan el extraradio de nuestras ciudades. El barrio donde está nuestro hotel es muy tranquilo, aunque no sabemos si siempre los es o solo en fin de semana.
Aunque el edificio que alberga nuestro hotel no tiene muy buen aspecto, cuando nos enseñan nuestra habitación quedamos asombrados. Es prácticamente un loft al estilo de New York, decorado con buen gusto y muy cómodo.


Contentos de nuestra elección bajamos a patear la ciudad vieja. Es importante ver la catedral, el viejo castillo en la colina Gediminas, pasear por la avenida de Gedimino, mirar y ser visto en la calle Pillias o beber una cerveza en Vokiecuga.



La ciudad vieja es muy atractiva, llena de vida, gente por la calle (es sábado por la tarde) y terrazas de bares en todos los rincones.


Hacemos todos los deberes y acabamos el día en una terraza con unas fantásticas y baratísimas cervezas.
Mañana Marta hacia Barcelona y nosotros hacia Kaunas.