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domingo, 4 de septiembre de 2016

Repúblicas Bálticas: Fin de trayecto, Riga.

Hasta hace cuatro días la ciudad de Riga únicamente la relacionábamos con el comisario Wallander y una novia que tuvo en "Los perros de Riga".
Pero como suele suceder al preparar un viaje y buscar información puedes llevarte la sorpresa de descubrir una ciudad con una zona medieval muy importante, la mayor concentración de edificios "Art Nouveaux" de Europa y una vida muy intensa a todos los niveles. 
Podríamos decir que Riga y Vilnius han sido los grandes descubrimientos de este viaje, y solo por ello ya valdría la pena salir de casa arrastrando las maletas.




Abandonamos pues Klaipēda de buena mañana para llegar a primera hora de la tarde a Riga, ya que debemos devolver el coche de alquiler a las cinco de la tarde.
Por el camino hacemos dos paradas. La primera en Šiauliai, donde se encuentra la colina de las cruces. No es un sitio atractivo, pero la historia de su existencia si es evocadora. Durante la ocupación sovietica los símbolos religiosos eran perseguidos por las autoridades, y se convirtieron en una muestra de rebeldía y un símbolo del nacionalismo lituano contra la opresión de Moscú. En esta pequeña colina a las afueras de Šiauliai se empezaron a poner cruces en memoria de los represaliados. El ejercito arrasó todo el espacio hasta tres veces, pero a continuación volvían a surgir miles de cruces de la noche al día.




Hoy en día parece que continúa siendo un lugar simbólico para los lituanos, pero también punto de parada de los tours turisticos. Sea como fuera, para bien o para mal, el lugar no deja indiferente. Cada uno que elija el efecto que le produce. A nosotros nos pareció especialmente feo, sin entrar a valorar los sentimientos y creencias de quién aún hoy en día va a poner una cruz en la colina de Šiauliai.
Tras la visita solo nos paramos en la ciudad de Jelgava para comer y continuar hasta la capital de Letonia.
Nuestro plan es dejar las maletas en el hotel y después devolver el coche en Europcar, pero nos recibe una ciudad mucho mayor de lo que pensábamos y con un tráfico infernal. Si a eso le unimos que el navegador no tiene claro las calles donde no se puede girar y que nuestro hotel está en el límite de un casco antiguo de calles estrechas, adoquinadas y sin espacio para aparcar, lo que podemos asegurar es que la experiencia resulta muy estresante.
Aún y así conseguimos dejar las maletas en la habitación y recuperar el coche mal aparcado sin ninguna multa. 
Comienza entonces la segunda parte de la epopeya, ya que el tráfico intenso y las calles de dirección única más nuestro navegador nos hacen perder más de media hora en recorrer menos de un kilómetro, algo que caminando se hace en mucho menos tiempo. Cuando por fin conseguimos "deshacernos" del Skoda que nos ha acompañado durante seis días, pasan quince minutos de la hora, aunque el empleado de la oficina no lo valora en especial.
Una vez a pie de calle comenzamos a descubrir la belleza de esta ciudad, sus edificios, sus calles empedradas, la vida que se respira, que hacen pensar más en una ciudad mediterránea que en una nórdica.




Claro que esto tiene una segunda lectura. que en Barcelona es de gran actualidad, ya que los turistas y las terrazas de bares y restaurantes invaden todos los rincones de la ciudad antigua, en la que dudo que queden habitantes autóctonos. Además por la noche muchos locales tienen música en vivo lo que añade contaminación acústica al entorno.




Al final el turismo siempre tiene dos caras, por una parte podemos viajar a precios razonables e incluso baratos creando oportunidades de negocio y trabajo donde quizás no existirían, pero por otra masifica los polos de atracción y puede llegar a acabar con ellos matándolos del éxito.
Sea como fuere, la ciudad nos parece muy atractiva y caminando un poco siempre podemos encontrar callejones mas tranquilos y atractivos.




Hay una gran cantidad de iglesias de todos los credos, luteranas, católicas romanas, ortodoxas rusas, que compiten en la altura de los campanarios o el brillo de sus cúpulas.




 De todas formas quizás el mas famoso de los edificios es la casa de los Cabezas Negras, sede gremial de comerciantes alemanes solteros que fueron los creadores de la costumbre de usar un abeto en Navidad, seguramente tras una noche de excesos alcohólicos.




La tarde nos regala una luz muy hermosa y una puesta de sol sobre el río Daugava muy fotogénica.
Acabamos el día cenando en un buen restaurante y sobre todo tranquilo, ya fuera del casco antiguo, algo que para nosotros tiene un valor especial.

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