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domingo, 4 de septiembre de 2016

Repúblicas Bálticas: Riga, mercados y Art Nouveaux.

 Hoy empezamos el día con energía y optimismo. Seguramente el excelente buffet del hotel ha tenido algo que ver, ya que sin lugar a dudas ha sido el mejor de lo que llevamos de viaje. No tiene tanto que ver con la cantidad o el surtido más o menos amplio, sino con la calidad. El café es bastante bueno, y si el zumo de naranja fuera mejor la nota sería de sobresaliente. Ya se que nos repetimos mucho con el tema desayunos, pero es algo que valoramos mucho, ya que durante el día no sabemos cuando y donde comeremos, por lo que salir del hotel contentos y con las pilas cargadas es fundamental.




Nuestro primer punto de atención es el mercado central de Riga. Nuestra guía cataloga de herejía no visitarlo, como lo sería no visitar el Louvre en París. Por lo tanto visita obligada y poco forzada, pues nos encanta visitar mercados. Dan una muy buena imagen de como es una sociedad, su desarrollo, su riqueza, sus hábitos de consumo. Es en definitiva una radiografía sociológica de primera mano.
El mercado se aloja, y es su primera originalidad, en cinco grandes hangares que los alemanes usaron en su tiempo para los zepelins y que en los años 30 del siglo pasado se trasladaron a su ubicación actual para dar cabida a mas de 1200 vendedores.



Cada una de las naves está dedicada a una temática, en la primera encontramos la carne, en otra el pescado o las conservas, y también el pan pero no así la fruta, que se encuentra en las paradas del exterior, o las flores o la ropa.
Es una mezcla un tanto heterodoxa y en la que se mezcla lo nuevo y lo viejo, la Europa del Euro con restos de lo que debió de ser la Unión Soviética. Junto a un puesto de delicatessen totalmente homologable a nuestros mercados podemos encontrar, en mostradores frigoríficos amortizados hace muchos años, carne de ave y de ternera o cerdo sin la preceptiva separación para evitar contaminaciones. 



De todas formas lo que más llama nuestra atención, por insólito, es el silencio que se puede cortar con un cuchillo. Los vendedores, que raramente sonríen, no llaman a los clientes ni cantan sus productos. Las transacciones comerciales se realizan con rapidez y hablando lo justo. Debe ser la idiosincrasia báltica.
Nos pateamos prácticamente todo el mercado, tanto las naves cerradas como las paradas del exterior. 
Una de las zonas con más clientes es la de flores. Ya hemos visto que en todas la republicas bálticas hay un gran mercado de flores, la gente compra, se ve a muchas personas con ramos de flores, rosas o grandes gladiolos de tronco interminable, y por lo tanto la oferta es muy grande también. Además hoy es el primer día de septiembre y parece ser que el inicio de las clases lleva implícito para los estudiantes vestirse muy mudados y comprar un ramo de flores, que suponemos será para obsequiar a los profesores , aunque esto último es una suposición que no hemos podido confirmar.


Tras el mercado nos espera el que fue primer rascacielos de Riga, la Academia de las Ciencias, conocido por los nativos como la tarta de cumpleaños de Stalin. Es un edifico mastodóntico, bastante feo, pero nos sirve para tener una excelente vista de la ciudad desde su planta diecisiete.



A dos calles de aquí, en una pequeña plaza se encuentran los restos de la sinagoga de Riga, quemada por los nazis en 1941, con 400 judios en su interior. Unas placas recuerdan los hechos, y un monumento blanco que ciega la vista bajo el sol homenajea a los letones que arriesgaron sus vidas para intentar salvar la de sus vecinos judios.


Nuestro siguiente punto de interés es el "barrio tranquilo" donde encontramos una gran concentración de "art Nouveaux" que nos obligará a castigar duramente nuestras cervicales admirando las figuras escultoricas y los remates de esta serie de edificios construidos en el paso del siglo XIX al XX. En Riga hay más de seiscientos edificios que se pueden encuadrar en esa corriente arquitectónica. La mayor concentración de toda Europa.




Es un buen punto y final para la visita a esta ciudad que nos ha encantado y sorprendido. Las horas "libres" que nos quedan las dedicaremos a vagabundear sin un rumbo definido. Sentándonos en una plaza a contemplar la vida que pasa ante nuestros ojos, perdiéndonos en alguna callejuela desconocida, o simplemente saboreando las sensaciones que nos entran por los sentidos igual que nos deleitamos de lo que acabamos de comer mientras hacemos un café.
Mañana tendremos tiempo hasta el mediodía para hacer las últimas compras, recoger nuestro equipaje y volver a casa. Por eso buscamos la parada del autobús 22 que se encuentra a escasos 100 metros de nuestro hotel y confirmamos los horarios para asegurarnos estar a tiempo en el aeropuerto.
Esto se acabó, en otra entrada haremos un resumen practico de hoteles, distancias, transportes, etc, por si alguien quiere disfrutar de estos desconocidos países.

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