Buscar este blog

miércoles, 31 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: Pinos y dunas en Curlandia

Hoy hemos disfrutado de un día muy completo y agotador. Pero por esto nos gusta viajar, por el placer  de experimentar, conocer y disfrutar cosas nuevas, comidas diferentes y paisajes que iluminan nuestra mirada.
La península de Curlandia es una estrecha lengua de tierra unida al continente por su extremo sur, territorio ruso con la ciudad de Kaliningrado como capital. Eso significa que para pasar al territorio lituano desde Klaipēda hay que coger un transbordador que debe cubrir los pocos centenares de metros que separan ambas orillas.



Nos cuesta un poco encontrar el embarcadero, ya que la señalización no es muy exacta, pero al final lo encontramos y tras pagar algo más de 12 euros subimos al transbordador y nos llevan a la península. Al regreso comprobaremos que el precio que hemos pagado es por el viaje de ida y vuelta, algo que ignorábamos al pagar el viaje.


La lengua de arena solo tiene una carretera que la recorre desde el norte, donde nos deja el transbordador, hasta la frontera con Rusia, unos cincuenta quilómetros al sur. También dispone de un carril bici que discurre casi siempre paralelo a la carretera.
Todo el territorio es parque natural, por lo que ademas de abonar cinco euros por auto, está muy protegido, con los caminos accesibles muy señalizados así como las prohibiciones de paso.
Para evitar que el viento y el mar hagan desaparecer este espacio natural ya en el siglo XVII una comisión internacional promovió la reforestación de toda la península logrando frenar en gran parte su degradación.



Seguimos la carretera de norte a sur, parando en las zonas que lo permiten para poder disfrutar del paisaje o algún detalle especial. Casi tocando a la frontera con Rusia se encuentra el pueblo de Nida, antes dedicado a la pesca y la supervivencia, y hoy volcado en el turismo, sobre todo el alemán. Hace un siglo Tomas Mann tuvo aquí su casa de vacaciones y eso atrajo a más intelectuales y artistas. 
Como estamos a finales de agosto ya ha pasado la temporada alta de turismo y solo se ven paseando por la orilla del lago alguna pareja de mediana edad -nosotros- y grupos de jubilados teutones.
Desde el pueblo se alcanza sin problemas la duna Parnidis, la más importante del parque con 52 metros de altura.




El contraste entre la costa oeste, aguantando toda la furia del Báltico y la costa oeste, en la que se hallan los cuatro pueblos, frente a la laguna de Curlandia con sus aguas calmadas es increíble, más cuando desde lo alto de la duna se pueden contemplar las dos orillas a la vez.


Además encontrarte en un paisaje desértico en esta latitud te descoloca bastante, pues a unos metros domina el verde de una vegetación exuberante.


Es difícil de explicar la sensación de caminar por la arena mientras el fuerte viento azota tu rostro y el paisaje te sobrecoge el animo. Ver las fotografías no da una idea de lo que captan tus cinco sentidos. 
Resumiendo, hay que ir y vivirlo.

martes, 30 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: Regresamos al mar Báltico

Hoy tenemos por delante unos doscientos quilómetros, por ello no madrugamos en exceso y desayunamos con tranquilidad.
Aprovecho para hacer un inciso en relación a los desayunos en los hoteles que hemos visitado. El café en líneas generales ha sido mejor de lo esperado, y no esperamos mucho, por la experiencia de los años y los hoteles visitados. El zumo casi siempre es malísimo y por descontado nunca hay zumo natural. El resto es embutido autóctono, queso en lonchas y grasas saturadas en forma de salchichas, baicon y similares. En este viaje no ha faltado el kefir ni los pepinillos. Siempre hay alguna presencia de vegetales, lechuga y tomate. Y en general el pan ha sido variado y de calidad. O sea que le damos un aprobado a la espera de los hoteles de Klaipēda y Riga.
Nos lanzamos de nuevo a la carretera, que en este caso será casi todo el trayecto autopista o autovia. Después de 1500 quilómetros por carreteras de tres países todavía no tenemos claro el criterio que utilizan las autoridades de tránsito para decidir los límites de velocidad. Tan pronto es de 110 km/h como baja a 70 km/h y luego regresa a 90 km/h sin previo aviso. Lo único uniforme es que dentro de las ciudades nunca se pueden sobrepasar los 50km/h.


Llegamos pronto a Klaipēda, bañada por el Báltico y puerta para visitar la península de Curlandia a la que dedicaremos el día de mañana.
Como solo son las doce del mediodía no nos dan habitación en el hotel, y solo conseguimos dejar el coche con nuestras maletas en el parking. Por ello dedicamos las tres horas siguientes a visitar el pequeño casco antiguo, que es lo único interesante de esta ciudad portuaria que durante muchos años fue alemana o prusiana.


La influencia germánica se nota en algunos edificios de la parte vieja y en los antiguos almacenes rehabilitados del puerto. 
Paseando llegamos al mercado que, al igual que en Vilnius, parece de los años sesenta del siglo pasado. Cuando todos los pueblos tienen ya supermercados modernos con surtidos idénticos a los nuestros, los mercados tienen una oferta minúscula en unas condiciones de salubridad más que discutibles. Evidentemente nada que ver con los mercados de Barcelona. No me extraña que los turistas tengan siempre en su lista la Boqueria, es un espectáculo para el que se debería pagar entrada o consumición obligatoria.


Comemos en un restaurante recomendado por la Lonely, especializado en cocina lituana. Para empezar sopa fría de remolacha y para completar "cepelinie", una masa de patata y harina, rellena de carne y hervida. Seguramente el plato más famoso de Lituania.
La sopa nos convence, mientras que los "zepelines" no nos acaban de satisfacer. Quizás por ello no somos capaces de acabarlos, o porque dos bombas de patata rellenas de carne son dos bombas para el estómago.
Tras tomar posesión de nuestra habitación decidimos acercarnos a Palanga, ciudad costera unos veinticinco quilómetros al norte. Es famosa por su larga playa, destino de vacaciones desde el tiempo de los zares.




Hoy en día seguro que nadie de la realeza se acercaría a esta especie de Salou o Benidrom en miniatura. Le libra de la horterez total el hecho de haber respetado la línea de playa y su vegetación autóctona, la condena la cantidad de chiringuitos para hacerse fotos, tatuarse, montar en cien androminas diferentes o comer porquerias de todos los paises del mundo.
Lo único que merece la pena es lo que ha provocado que la gente escoja este lugar para sus vacaciones, su playa y un mar sin fin que nos atrae con la monotonía de sus olas muriendo en la arena.


Solo nos queda volver al hotel y preparar el día siguiente en que iremos a la península de Curlalndia, a contemplar de un mar embravecido y unas dunas que prometen ser impresionantes.


lunes, 29 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: Vilnius, Trakai, Kaunas

El día amanece triste porque Marta tiene que volar hacia Barcelona. El trabajo la reclama y contra eso nada se puede.
Como nos quedan un par de horas libres por la mañana repasamos los sitios que nos faltan por visitar para aprovechar esos minutos.

Como es domingo por la mañana las calles están muy tranquilas. Solo nos cruzamos con algún borracho que se retira tarde, algún grupo de turistas en manada y personas de edad mudadas de domingo. Algo que nos recuerda nuestra infancia, hace ya muchos años, cuando la gente normal y corriente se mudaba el domingo porque era el día que tocaba ducharse e ir a misa.


Aquí también se va mucho a misa. En alguna iglesia vemos incluso a gente siguiendo los oficios desde  la calle por estar el templo lleno.
Hoy también funciona el mercado, que no tiene nada que ver con los nuestros. Las paradas son minúsculas y tienen poco producto. Ademas hay un mercado paralelo a pie de calle donde sobre todo gente de edad avanzada menudean con frutas, verduras, setas, en pequeñas cantidades. Suponemos  que sus pensiones son tan pequeñas que deben completarlas,con lo que sea.


Acabamos el paseo y después del check-out nos dirigimos al aeropuerto de la ciudad donde nos despedimos de Marta. En tres horas habrá aterrizado en Barcelona.
Nosotros nos dirigimos al castillo de Trakai, quizás el más famoso del país, y muy fotogénico ya que se encuentra en una isla en el lago de Galvé.


Como es domingo, y el destino es muy apreciado por los habitantes de Vilnius, tanto el pueblo como el castillo están llenos de turistas y domingueros. De todas formas no tenemos problemas para dejar el coche, visitar el castillo y degustar en un restaurante los famosos "virtiniai", una especie de empanadillas que pueden rellenarse de carne de cerdo, de pollo, de espinacas y queso, o de todo lo que se le ocurra al cocinero. Están horneadas, son grandes y se sirven muy calientes. 


Con el espíritu reconfortado retomamos nuestro camino hasta Kaunas, donde dormiremos.
Aunque hemos puesto esta ciudad como final de etapa por comodidad y para no hacer demasiados quilómetros, como llegamos a primera hora de la tarde tenemos tiempo para recorrer el casco antiguo, pequeño pero con algunas joyas, como la calle Vilnius, en la que se concentran las terrazas y cafes, y aún con ellos no deja de ser una calle muy agradable. 




Por ello acabamos el día cenando en una terraza, con buena temperatura y buena cerveza artesana.

Repúblicas Bálticas: Del valle del Gauja hasta Vilnius

Hoy hemos madrugado un poco más de lo habitual ya que nos esperan otros cuatrocientos kilómetros hasta llegar a Vilnius, capital de Lituania. Y como ya tenemos la experiencia de la circulación por las carreteras letonas no queremos llegar tarde a nuestro destino para poder aprovechar la tarde.
Desayunamos a las ocho de la mañana y antes de las nueve ya hemos pagado, cargado las maletas en el coche y puesto rumbo a Sigulda para visitar su famoso castillo.




Llegamos en menos de media hora a lo que el GPS nos señala como el centro del pueblo, y que resulta ser la estación de tren y de autobuses y la oficina de turismo. Mapa en mano nos encaminamos dando un paseo al castillo de Sigulda, que resulta no estar tan cerca como el mapa daba a entender. Damos un vistazo rápido a los jardines y el exterior del castillo y decidimos volver a el punto en que hemos dejado el coche para seguir la ruta con el. Disponemos de poco tiempo y las distancias son demasiado largas, así que motorizados nos encaminamos al plato fuerte del día, el castillo de Turaida a unos tres quilómetros del pueblo. 


La zona es muy turística, teniendo en cuenta que lo turístico en estos países está a años luz de la explotación turística en nuestro país. De todas formas ya te obligan a pagar en el aparcamiento y luego para entrar al castillo.


Lo mejor, aparte de la reconstrucción fiel al original que se supone que han hecho los arqueólogos, es que se haya en lo alto de una colina (el país es prácticamente llano) que permite dominar el río y el valle del Gauja. El arzobispo y señor feudal no tenía un pelo de tonto.
Tras la visita ponemos la directa hacia Vilnius, capital de Lituania, ya que solo disponemos de una tarde para visitar el centro porque mañana domingo Marta vuelve para casa al mediodía.
El cambio de país se nota por el cambio de idioma en las señales de tráfico, porque pasamos junto a el paso aduanero en desuso y porque aquí los conductores son un poco menos respetuosos con las normas.
Nosotros respetamos escrupulosamente todas las normas de circulación, especialmente los límites de velocidad. No queremos multas ni problemas con la policia. Pero los lituanos, algunos, se dedican a adelantarnos ignorando las líneas continuas o que venga otro vehículo en sentido contrario. Las largas rectas invitan a adelantar y dan confianza. Además los vehículos lentos invaden el arcén para permitir que se puedan cruzar tres coches sin problemas.
Por suerte el ultimo tramo es por autopista, y aunque un poco aburrida, nos permite llegar a Vilnus y a nuestro hotel sin problemas. 


La ciudad es más grande de lo que imaginábamos, muy extensa y con barriadas de bloques de pisos que recuerdan el extraradio de nuestras ciudades. El barrio donde está nuestro hotel es muy tranquilo, aunque no sabemos si siempre los es o solo en fin de semana.
Aunque el edificio que alberga nuestro hotel no tiene muy buen aspecto, cuando nos enseñan nuestra habitación quedamos asombrados. Es prácticamente un loft al estilo de New York, decorado con buen gusto y muy cómodo.


Contentos de nuestra elección bajamos a patear la ciudad vieja. Es importante ver la catedral, el viejo castillo en la colina Gediminas, pasear por la avenida de Gedimino, mirar y ser visto en la calle Pillias o beber una cerveza en Vokiecuga.



La ciudad vieja es muy atractiva, llena de vida, gente por la calle (es sábado por la tarde) y terrazas de bares en todos los rincones.


Hacemos todos los deberes y acabamos el día en una terraza con unas fantásticas y baratísimas cervezas.
Mañana Marta hacia Barcelona y nosotros hacia Kaunas.

viernes, 26 de agosto de 2016

Repúblicas Bálticas: De Estonia a Letonia

El día ha amanecido lluvioso, lo que no es de agradecer cuando tienes que salir a la carretera, y más si conduces un automóvil que no conoces por carreteras extrañas con señales en idiomas que no entiendes. Pero hemos venido a jugar y vamos a jugar. 
Dejamos el hotel después de desayunar y pedimos un taxi que nos lleve a las oficinas de Europcar, en el hotel Euroopa, junto al puerto. Una vez hecho el papeleo de rigor y pagado todo lo que nos quieren cobrar, salimos en un flamante Skoda Rapid con rumbo sur, hacia el parque nacional del Gauja.
Las carreteras son bastante buenas, aunque se echa de menos tener autopista, ya que la velocidad máxima es de 90 km/h y además hay muchos camiones que enlentecen la marcha.
De todas formas a medida que avanza la mañana desaparece la lluvia y eso junto al GPS que funciona muy bien hacen que el recorrido no sea tan estresante.




Nuestra primera parada es en Pãrnu, ciudad costera y según la guía una de las zonas preferidas por los estonios para veranear.
Nosotros damos un corto paseo por el centro que nos parece un poco desangelado y muy tranquilo. Aunque quizás se deba a que aquí prácticamente ya ha terminado el verano.
Un café bastante decente en una cafetería de la zona y seguimos nuestra ruta hacia el Gauja. 
Hay que apuntar que los quilómetros se hacen muy largos porque no hay autopistas y la velocidad máxima es de 90 km/h, aunque la velocidad media es mucho más baja por las travesías, los camiones  y lo cumplidores con la norma que son tanto estonios como letones. La verdad es que la abundancia de radares tampoco anima a saltarse los limites legales.




En un momento dado vemos el mar desde la carretera y decidimos acercarnos, por si podemos hacer un picnic en la playa. El picnic lo hacemos en el aparcamiento, pero sí podemos ver la playa, muy diferente de las del Mediterráneo a las que estamos acostumbrados, y con una temperatura del agua sorprendentemente alta.
Monica, nuestra voz del Tom-tom, nos lleva por Cessis hacia nuestro hotel, por ello decidimos parar y visitar el pueblo que goza de ser el "más letón de Letonia" y tener el castillo "mas letón de Letonia".
El pueblo es bonito, y el castillo lo es más. Permite visitarlo muy libremente y para los pasajes oscuros, como las escaleras de la torre, te proporcionan un farolillo que no da mucha luz, pero crea un ambiente muy interesante.



Tras la visita y después de comprar provisiones en un súper nos dirigimos ya a nuestro hotel, que resulta ser una casa de campo, seguramente de algún noble del siglo XVIII o XIX, ahora reconvertida y situada en medio de un paraje idílico que nos hace lamentar que sólo pasaremos aquí una noche. Cuando nos indican que nuestro alojamiento no es en el edificio principal, sino en la cabaña Anmarie, el lamento crece y ya queremos quedarnos una semana.


Nos conformamos con usar la cocina de la cabaña y cenar en la terraza frente a un jardín magnífico. Sin lugar a dudas es uno de los mejores hoteles en los que hemos dormido. Veremos si las camas son cómodas y el desayuno está al nivel.
Mañana nos toca un trayecto largo de nuevo, otros 400 km hasta Vilnus, la capital de Lituania.


jueves, 25 de agosto de 2016

Repúblicas bálticas: segundo día en Tallinn

Hoy nos hemos levantado con la tranquilidad de tener todo el día libre para visitar o no visitar lo que queramos. Nos sigue acompañando el buen tiempo, lo que aquí significa llegar a 20 grados a mediodía y que no llueva.
Tras el desayuno, que no nos dejará mucha impresión en la memoria, decidimos ir hacia el parque y palacio de Kadriorg, construido por el zar Pedro el Grande en una de las épocas en que Estonia formó parte del imperio ruso. Es un palacio relativamente pequeño, ya que estaba destinado al veraneo de la familia imperial.




En la parte alta de los jardines se encuentra el KUMU, el museo de arte de Estonia, en un edificio moderno que merece la pena.



Kadriorg dista unos dos kilómetros del casco viejo que hemos recorrido en un largo paseo. Eso nos ha permitido conocer la Plaza de la Libertad, el palacio de la Ópera y una parte de la ciudad moderna que  se aleja del estereotipo turístico y nos muestra la realidad menos atractiva.




De regreso nos hemos detenido en el barrio de Rotermanni, una zona de antiguas fábricas junto al puerto que se está transformando en un barrio nuevo con una heterodoxa mezcla de edificios restaurados y otros de nueva construcción.


Hemos aprovechado para comer en la zona, "disfrutando" una vez más de la lentitud en el servicio que no sabemos si es habitual o una casualidad que nos afecta sólo a nosotros. De todas formas, el nivel de los restaurantes en los que hemos comido es más que aceptable, con unos precios razonables. Lo único que suele disparar la factura son las bebidas, tanto el agua como la cerveza o el café son algo más caros que en Barcelona.
Tras la comida un rato de paseo por los rincones del viejo Tallinn que aún no habíamos visitado: la torre de Margarita la gorda, la calle Pikk con los edificios de numerosos Gremios de la Edad Media o la que aseguran es la farmacia más antigua de Europa en servicio y que data del 1422.


De paso aprovechamos para comprar algunos recuerdos, uno de los "trabajos" de vacaciones que menos nos gustan, ya que es muy difícil encontrar algo que cumpla con los requisitos de autenticidad, belleza, precio y tamaño. Al final siempre acabas comprando algo que en la tienda no parece tan feo o inútil como cuando llegas a casa.
Visitamos algún café más, seguimos intentado que nos pongan algo parecido a un cortado, aunque sea pagando entre dos euros y medio o tres.
Al final regresamos al hotel pensando ya en el día de mañana. Dejaremos Tallinn en el coche de alquiler que recogeremos mañana por la mañana y bajaremos hasta Cessis en Letonia. Unos cuatrocientos quilómetros.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Cruzando el Báltico

Hoy hemos abandonado Helsinki por mar y en el Ferry de Viking Line hemos cruzado el espacio que separa la capital de Finlandia de Tallinn, capital de Estonia.
Después de desayunar y recoger las maletas en el hotel hemos cogido el tranvía aprovechando todavía el billete de 24 horas, para ir a la terminal del puerto. Llegamos sobrados de tiempo y perdemos un buen rato en la sala de espera. Nos sorprende la cantidad de gente que usa este transporte un día laborable a las once y media de la mañana. Gran parte de los pasajeros van sin equipaje, lo que nos hace pensar que volverán el mismo día a Helsinki, o que el motivo del viaje es comprar alcohol. Los impuestos en Estonia son más bajos que en Finlandia, y además en el barco hay un supermercado estilo dutty-free donde solo venden bebidas y perfumes.


Llegamos a Tallinn puntualmente a las dos de la tarde tras una travesía muy tranquila. Aunque la zona del puerto es bastante fea el perfil de la ciudad ya transmite buenas sensaciones.
El hotel en el que nos alojamos es L'Ermitage, a un paso de la ciudad vieja, y cumple las espectativas, aparte de mejorar en limpieza al hotel de Helsinki.
Sin perder tiempo nos lanzamos a descubrir las calles empedradas de esta bonita ciudad. Y como el día se ha abierto definitivamente, los colores de los edificios se realzan con el sol de agosto.





Empezamos por la parte alta de la ciudad, el castillo de Toompea y la catedral ortodoxa de Alexander Nevsky. A partir de aquí nos dejamos llevar y buscamos los callejones más estrechos o los que nos llaman la atención. Junto a la embajada alemana tropezamos con una manifestación anti-Merkel, ya que la canciller alemana está de visita oficial. Cambiamos de calle y seguimos gozando del placer de perderse por calles que a ratos parecen de cuento.



De pronto un callejón sin salida desemboca en un mirador que te permite volar sobre la ciudad.
Tan pronto un grupo de turistas con guía colapsan una calle como puedes encontrarte en completa soledad en una pequeña plaza.


La plaza del ayuntamiento es el centro neurálgico de la ciudad vieja, y allí se concentran restaurantes, tiendas de souvenirs y otras turistadas. 
Nosotros pasamos de largo y nos dedicamos a seguir descubriendo rincones mirando la Lonely Planet sólo un poco de reojo.
Podemos pasear por un trozo de muralla o entrar a tomar un café y unos pastelillos desconocidos para nosotros.




Cansados de caminar volvemos hacia el hotel para cenar y retirarnos por hoy. Tenemos la suerte de encontrar junto al hotel un restaurante de nueva cocina estonia que nos hace llegar a la cama con una sonrisa de satisfacción.