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miércoles, 4 de agosto de 2010

Los acantilados de Moher



2 de agosto de 2010
Tras dar cuenta de un nuevo desayuno irlandés –tenemos que cambiar de menú- hemos salido de buena mañana rumbo a Limerick. Como hoy lunes es festivo en Irlanda, no había casi nadie por la carretera, y la ciudad estaba prácticamente desierta. Hemos dejado el coche junto a una comisaría de policía –aquí se denomina “garda”- por si las moscas ya que llevábamos las maletas en el coche, y hemos estado callejeando un poco hasta la catedral, que estaba cerrada, aunque no nos ha importado ya que como la mayoría de las iglesias irlandesas no era muy atractiva. A continuación hemos llegado al Castillo del Rey John – Juan sin Tierra para nosotros – que en principio es muy atractivo por su aspecto de típico castillo de película. Hemos pagado 9 euros por cabeza y todo ha resultado ser una mezcla de pase de diapositivas, museo de cera y el castillo propiamente dicho que era lo más interesante, todo aderezado de una cierta dejadez en el mantenimiento y la limpieza. Esperábamos más por el precio pagado y la presentación del museo.





Hemos continuado hacia los Acantilados de Moher, con nuestras ya tradicionales equivocaciones por culpa de nuestros errores y de la mala colocación de los carteles indicadores de las carreteras. O bien brillan por su ausencia o hay tantos juntos que deberías de detener el coche y ponerte a leer detenidamente para saber cual es el camino que buscas. Hemos ido a parar a una playa en Labinch, en el extremo sur de los acantilados y que estaba llena de surfistas, más que olas. Una vez deshecho el camino hemos llegado al aparcamiento habilitado para los visitantes donde por el módico precio de 8 euros puedes aparcar el coche sin límite de tiempo y nos hemos dirigido a disfrutar del paisaje. Una vez te abstraes del hecho de estar rodeado de cientos de “guiris” como tu quedas impresionado por la grandiosidad que lo domina todo y te produce una sensación extraña de miedo y atracción. No creo que ninguna de las fotografías pueda dar fe de un paisaje tan extraordinario que ya justifica el viaje por si sólo.
Tras un ligero tentempié hemos continuado viaje hacia Galway por carreteras infernales atravesando la región de Burren, una zona inhóspita con poca vegetación y muchas rocas en la que ha debido ser muy duro vivir. La llegada a Galway nos ha sorprendido por el tamaño de la ciudad, que esperábamos más pequeña, y en la que tras dar unas cuantas vueltas algo desorientados –para variar- hemos recalado en un B&B que sin estar tan bien como el anterior no deja de ser muy cómodo y tranquilo.
Mañana, en función de la meteorología decidiremos si vamos a las islas Arán o a la región de Connemara situada un poco al noroeste de donde nos encontramos.

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