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miércoles, 4 de agosto de 2010

Islas Aran



3 de agosto de 2010
Esta mañana hemos decidido que nos íbamos del B&B en el que hemos dormido, aunque eso nos obligara a dejar el equipaje en el coche mientras hacíamos la visita a las Islas Aran, más concretamente a la mayor de las islas: Inishmor.
Hemos salido rumbo al puerto hacia las nueve de la mañana tras un desayuno normalito de tostadas con mantequilla y mermelada y un café con leche, para romper con la monotonía de los desayunos irlandeses.


El barco salía a las diez y media de la mañana y la vuelta la hemos cogido para las cuatro de la tarde, contando que con cuarenta minutos de travesía nos quedaban mas de cuatro horas para visitar la isla y casi recorrerla entera. A la llegada el pequeño puerto está lleno de gente que te ofrece dar la vuelta a la isla en carro de caballos, en furgoneta o tu mismo alquilando una bicicleta. Nosotros hemos optado por ir caminando pensando que contábamos con tiempo suficiente, pero no ha sido así y no hemos podido llegar al fuerte que se alza en lo alto de los acantilados, nos hemos quedado a unos treinta o cuarenta minutos de conseguirlo, pero hemos preferido ni forzar la marcha ni apurar la hora de regreso. De todas formas la caminata de cuatro horas nos ha servido para hacer deporte y para conocer una isla tan curiosa totalmente dividida en pequeñas parcelas separadas por muros de piedra arrancada por muchas generaciones de araneses para conseguir algo de tierra cultivable y de pasto para el ganado. Hoy en día todavía existen algunas vacas y caballos pero no hemos visto ninguna parcela cultivada. De todas formas la vida debe ser muy difícil en un lugar tan aislado y no puedo imaginar como sería hace sólo cincuenta o cien años.




Al regreso hemos encontrado el coche intacto y hemos emprendido camino hacia la zona de Connemara, una región donde el agua y la tierra se mezclan de una forma que no habíamos visto nunca, lo que a veces te hace dudar de si lo que ves es una lengua de mar dentro de tierra o un lago. La carretera, estrecha como siempre, da vueltas y mas vueltas hasta que pierdes por completo el sentido de la orientación y la medida de las distancias. Una sensación de estar fuera de cualquier sitio te invade y deseas encontrar un pueblo para saber que no estás en otro planeta.
Como siempre nos sucede no cuesta decidir donde pasar la noche y vamos avanzando kilómetros hasta que la hora nos obliga a tomar una decisión. Hoy hemos tenido mucha suerte, ya que hemos parado en un hotel en medio de la nada y ha resultado ser un sitio encantador con un ambiente muy especial, una decoración muy heterodoxa y recargada pero que no está fuera de lugar, y además con una buena cocina, ya que hemos cenado de lujo. Las vistas del lago Kylemore desde la habitación son fantásticas y la habitación muy grande y limpia. Que más se puede pedir? Claro, que tenga internet!

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