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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Nara

Como escribimos en la anterior entrada, la previsión para hoy era visitar Inari, y el bosque de bambú. Pero rectificar es de sabios, y las programaciones no mandan, si viajamos por nuestra cuenta es para poder hacer lo que queramos cuando queramos.
O sea, que mientras degustábamos esta mañana un fantástico capuccino en la cafetería Illy que hemos descubierto en la estación, nos hemos dado cuenta de que los miércoles cierra el mercado de
Nishiki, por lo que sí el jueves lo dedicamos a Nara, como estaba previsto, nos perdíamos esa visita. Y somos unos fervientes visitadores de mercados. Por lo que tienen de real, de la vida diaria de la gente, y de lo que comen, que es una parte fundamental de cualquier cultura.
Por ello hemos decidido ir hoy a Nara. Hemos bajado rápidamente a los andenes, y por suerte en menos de diez minutos ha salido un tren en la dirección que queríamos.
Como nos pasa siempre en este país, lo primero que nos ha sorprendido es el tamaño de la ciudad. Cuando uno lee las guías y los relatos de los blogueros , nunca se hace a la idea del tamaño real de las ciudades visitadas.


Por suerte la distribución de las calles es ortogonal, y eso nos permite orientarnos con facilidad. Conseguimos un plano básico en la oficina de turismo y nos ponemos a caminar hacia el parque de Nara, donde entre otras cosas veremos el Buda de bronce más grande que existe.
Nara fue la primera capital fija de Japón en el siglo VIII, aunque su capitalidad le duró menos de un siglo, para pasar después a Kyoto y finalmente a Edo, conocida hoy como Tokyo.


Llegamos pues al parque y lo primero que nos sorprende es ver unos pequeños ciervos deambulando tranquilamente por la calle, solos o en pequeños grupos. En el parque hay unos mil doscientos, y gozan del estatuto de tesoro nacional, ya que desde tiempos inmemoriales se les considera mensajeros de los dioses. 
Hoy en día estos mensajeros se dedican a acosar a los visitantes para que les den algo de comer, a ser posible las galletas que se venden en muchos puestos callejeros con ese fin, y si no hay galletas tampoco le hacen ascos a un plano, por ejemplo.


Nuestra primera visita es un bonito jardín llamado Isui-in construido por una familia adinerada en el siglo XIX para recibir a sus amistades y tomar el te en un entorno agradable y sofisticado.


Tras el jardín subimos hasta el Todai-ji, templo de dimensiones descomunales que alberga en su interior un Buda de bronce de unos quince metros de altura y quinientas toneladas de peso, que data de la época capitalina de Nara.


Se cree que posiblemente este sea el mayor edificio de madera del mundo, y hay que tener en cuenta que el edificio actual es un tercio del original. Su construcción estuvo a punto de llevar al incipiente imperio a la bancarrota, pero para el emperador era fundamental disponer de un icono que uniera a todo el país a su alrededor.


Al salir seguimos ascendiendo por el parque hasta el pequeño pero encantador templo de Nigatsu-do, desde el que hay una buena vista de la ciudad de Nara.


Seguimos el camino por el bosque en dirección sur, esquivando más ciervos hasta el santuario sintoísta de Kasuga Taisha cuya particularidad es la gran cantidad de linternas dispuestas a lo largo de todos los accesos, y que se encienden dos veces al año en lo que debe ser un espectáculo visual único y muy atractivo.




Después de la última visita ya solo nos queda regresar hasta la estación JR de Nara, a unos tres quilómetros, por suerte de descenso.
Hemos caminado mucho, y las piernas se resienten, pero ha merecido la pena el esfuerzo y el cambio de planes durante el desayuno. 
Mañana es el último día en Kyoto, y hay que aprovecharlo bien.

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