Superado ese primer escollo cogemos el tren Narita Exprés que nos llevará hasta la ciudad. El tren es puntual, limpio y cómodo. En la estación de Tokyo cambiamos de tren -con éxito- y llegamos a shimbashi donde se encuentra nuestro hotel. Lo encontramos sin inconveniente pero como son las 12 del mediodía y no podemos entrar hasta las 15, dejamos las maletas y nos vamos a callejear por el barrio de Ginza para tomar un primer contacto con la ciudad.
Ginza es un barrio de muchas oficinas y comercios de alto nivel. Aquí están representadas todas las marcas de lujo conocidas y algunas que nosotros en concreto no conocemos de nada.
El paseo nos permite observar a los nativos con ojos de antropólogo y ver que les encanta vestir bien, que caminan mucho y deprisa, que todos llevan paraguas aunque no llueva, que las calles están limpias, que los gordos brillan por su ausencia, que los oficinistas -aquí los llaman salarymen- van casi de uniforme con pantalón de vestir oscuro, camisa blanca, zapatos negros y bolso o macuto al brazo y, muy importante, que hay una infinidad de sitios para comer.
Y nada mejor que comenzar por unos excelentes niguiris y un excelente atún con aguacate. Y por un precio muy bueno en un sitio pequeñito -todos los restaurantes son pequeñísimos- y con una atención perfecta.
Tras la comida y un café tomamos posesión de nuestra habitación que resulta ser perfecta para nosotros porque cumple las premisas de limpieza, comodidad y ambiente que nos gustan, y además con unas vistas fantásticas de la ciudad desde el piso diecinueve.
Como llevamos más de veinticuatro horas sin dormir, salvo alguna cabezada en el avión, descansamos un poco, nos damos una ducha y al ataque de nuevo.
Aquí anochece muy pronto, sobre las 18,30, por lo que decidimos ir hasta el famoso cruce de Shibuya, que todos hemos visto en mil documentales, y nos damos una inmersión del Japón de los neones estilo Blade Runner y masas de gente cruzandose sin tropezar.
Damos un paseo por la zona y al regresar a la estación descubrimos en el sótano un mundo increíble de todo tipo de comidas tanto preparadas como alimentos para cocinar. Acabamos comprando unos rollitos rellenos de no sabemos que, aunque la vendedora nos lo explica con gran dedicación.
Y que gran acierto, ya que aunque podía más el cansancio que el hambre los devoramos en un instante jugando a adivinar de que esta hecho el relleno.
Tras la frugal cena nos vamos rápidamente a dormir para intentar acomodarnos al horario local y no sufrir con el maldito jet lag, no sin antes volver a disfrutar de las vistas nocturnas de esta ciudad que nos está comenzando a conquistar.
Mañana más.
Quina aventura per començar, sort que tot us ha anat sortint bé :)
ResponderEliminarNo sé com sabeu el que mengeu amb aquests cartellets, però suposo que sigui el que sigui està boníssim perquè té una pinta..!!
Petonarruuus!!